El papa, capaz de hablar al oído de los jóvenes se despidió ayer a las 6:15 p.m. de Panamá luego de culminar una intensa agenda en la Jornada Mundial de la Juventud, que inició el 22 de enero precedida por una semana de prejornada que se desarrolló en el interior de la República.
El presidente Juan Carlos Varela y su gabinete lo despidió en el aeropuerto Internacional de Tocumen antes de que abordara el avión de la línea colombiana Avianca con destino a Roma. Viajó acompañado del personal del Vaticano y un grupo de 80 periodistas.
La misa de envío celebrada en la mañana del domingo, fue la señal del fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo para el 2022 que se prepara en Lisboa, Portugal, próxima sede de la JMJ.
Así se despidió el papa Francisco. Aquel que pidió a los jóvenes tender puentes. El líder que pidió a los muchachos no desfallecer por más difícil que sea panorama. El amigo que confirmó a los jóvenes que todos tienen un horizonte si se disponen a abrir la ventana porque todos somos pecadores; si aprenden a derribar muros invisibles e ignorar el negativo discurso del no puedo, una polilla que carcome.
Se fue el amigo que invitó a los jóvenes a tomar la palabra y decir sí a la vida, a ser influencers y hacer caso omiso a las etiquetas, a los estigmas o a los chismosos que tienen el corazón amargado.
Durante cinco días, Francisco recalcó a los adolescentes que no son el mañana, el mientras tanto, sino el ahora, el presente.
El papa los alentó a encontrar un proyecto de vida, una misión, y abrazarla "porque si falta la pasión del amor faltará todo", les dijo.
“¡Un gran gracias!”, pronunció el pontífice al tiempo que les pidió que recen por él.
Durante el desarrollo de la JMJ, la ciudad de Panamá se rindió por completo ante la visita del papa Francisco: por una semana permaneció cerrada a la circulación vial en una de las principales vías capitalinas, la Cinta Costera, que adoptó el nombre Campo Santa María La Antigua para acoger las actividades religiosas y conciertos hasta altas horas de la noche. Otras avenidas importantes estuvieron cerradas en forma intermitente para permitir que miles de personas se apostaran en la orilla cada vez que el líder católico hacía un recorrido en el papamóvil; el Gobierno ordenó el cierre de sus oficinas públicas desde el pasado 23 de enero; se dispuso, como nunca antes, a recoger la basura en cada rincón; muchos negocios cerraron sus puertas por el tiempo que duró la pausa a la que se acogió la ciudad; los canales de televisión y emisoras de radio se unieron en una gran señal nacional para narrar los acontecimientos que vivía Panamá al paso del papa.
En las calles se veían con frecuencia caminando a los peregrinos de todos los países portando sus banderas. Las iglesias tomaron vida. Panamá se transformó en una ciudad tranquila, limpia, colorida, con oración y hermandad sin distingo de credo.
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