“Vendo sexo. Es lo que hay”

Los anuncios que ofertan sexo son una vía para conseguir ingresos. El Gobierno aborda el tema enfocado a la violencia contra la mujer...




A los 21 años, Javier se estrenó en el oficio que luego se convertiría en su más pesada carga.


Vestido a la moda con pantalón vaquero, camisa de algodón y zapatos tenis, montado en su moto por las calles de la ciudad de Panamá, a la que llegó hace cuatro años, nadie imaginaría que un técnico en administración de empresas como él, se anuncia en el periódico para vender sexo.

Su contextura delgada engaña al que equivocadamente espera que solo un hombre musculoso puede cumplir las fantasías eróticas que promete su anuncio.

A los 21 años, Javier se estrenó en el oficio que luego se convertiría en su más pesada carga. Evita pensar en lo que se ha transformado hasta que se encuentra de frente con un cuerpo extraño en un cuarto de hotel de ocasión: vende sexo por clasificados.

Aunque la nuestra no es una cita como las que acostumbra pactar cada vez que responde el teléfono, narrar a un tercero su vida lo enfrenta de golpe a una realidad que lo noquea: la suya.

La presentación de Javier, en comparación con las del resto de los clasificados sexuales, tanto los de mujeres semidesnudas en provocativas poses y hombres de amplios torsos descubiertos, era un tanto más discreto. ‘Chico venezolano, nuevo en Panamá, 1.78 de estatura'. Pero la parte más importante del texto, según él mismo reconoce, es la precisa descripción de la generosidad de la naturaleza con sus atributos sexuales: un órgano eréctil de 8.5 pulgadas. Un atractivo irresistible para sus múltiples clientes.

Los avisos se exponen a la libre. Quienes se anuncian no cumplen controles ni regulación alguna, ya sea sanitaria, gubernamental, o del medio.

Hace cuatro años, un anuncio muy parecido al que nos llevó a entrevistar al hombre trigueño de cabello negro, casi pegado al cráneo, se publicó en un diario de Venezuela y un interesado lo citó. El encuentro al que por primera vez asistía el tímido galán era a las 5 de la tarde en un hotel de ocasión en Acarigua, ciudad de un millón de habitantes de donde es oriundo Javier y situado a una hora de Barquisimeto.

Hoy, lo único que recuerda con precisión de aquella determinante fecha es que fue una experiencia horrorosa. Fue en un motel que vulgarmente se conoce en su país como "matadero". Tampoco es capaz de rememorar cuánto cobro por complacer a quien sería su primer cliente. Solo tiene presente que después de intimar con el extraño se sintió ‘la peor persona del mundo'. Cuando volvió a su casa sintió la misma frialdad y vacío que caracterizaban las relaciones afectivas en su entorno familiar. El menor de cuatro hermanos, hijo de padres divorciados, Javier comenzó a gritar como loco sin que nadie le escuchara, y a llorar por la humillación que sentía.

Lo que hizo fue por impulso y a partir de ese momento, adoptó una vida paralela que le compensa por los ingresos monetarios que consigue. En una semana, Javier puede hacerse con mucho esfuerzo unos $700, a razón de tres ‘servicios' por día, sin trabajar fines de semana -‘son días muy flojos'- y con el ‘push' pagado por el cliente. La tarifa de día completo, también como acompañante, es de $300.

Durante la entrevista, Javier revela lo que considera fue una lección de vida para su hermana. Ella buscaba un estándar de vida más lujoso del que podía darse, pero decía que nunca iba a ponerse a lavar platos para complacer sus caprichos. Un buen día, se acercó a Javier para pedirle dinero y él se lo dio. La hermana empezó a indagar de dónde había sacado la plata y después de una largo interrogatorio le sacó la verdad. ‘Me acosté con una mujer por plata y ya', dijo finalmente. Ella rompió en llanto y desde ese momento se puso a trabajar en un restaurante, sin avergonzarse del trabajo decente.

El primer cliente de Javier fue un hombre, como el 95% de la clientela que atiende en Panamá. Jamás había intimado antes con una persona de su mismo sexo, aún no se había iniciado en las relaciones sexuales. Así perdió su virginidad.

Su vida secreta le ha causado tal confusión en el presente que no logra identificar su personalidad sexual. "No se qué soy; homosexual, bisexual, o qué. Me gustaría ir con un psicólogo o sexólogo para que me oriente, no se por qué me gusta tener relaciones, me he vuelto adicto", confiesa inquieto.

Javier, quien solicitó mantener en reserva su verdadera identidad, se esconde en un mundo ficticio para poder enfrentar cada encuentro sexual. Así no le guste el físico de quien esté dispuesto a pagarle $40 por sesión, se imagina que es la persona que adora y se entrega sin tapujos. Cada vez que recibe una llamada en su móvil, seduce hábilmente al interesado. Acuerdan sitio, monto a pagar, y pacta por adelantado lo que está permitido y lo que no.

"Yo les digo que soy cien por ciento activo, doy ‘beso negro' y todo. Me da asco, pero lo hago, lo piden mucho, si no hago eso no me contratan, pero salgo escupiendo. Eso sí, sin condón no hago nada", sostiene. Tiene pavor de contraer el virus del VIH. Constantemente se practica pruebas en el laboratorio para cerciorarse que de eso no se va a morir. Si se le pega otra enfermedad venérea por lo menos no es mortal, considera temeroso.

La mente es tan poderosa, advierte la psiquiatra Juana Herrera, que éstas personas se encorazan fingiendo que disfrutan el sexo y van adiestrando al cerebro a que solo se trata de una actividad física y punto.

Javier conoce mejor que nadie la delgadísima línea que separa su propia fantasía de la realidad. Como antigua es la profesión de la que vive, sabe también que cada individuo está expuesto a un instinto que supera su voluntad, por eso le llaman.

Él es el dueño de su tiempo, enciende y apaga el teléfono cuando le da la gana. Por eso entra y sale del negocio, según el ánimo y su necesidad económica, aunque reconoce que no le gusta y preferiría mantener los trabajos temporales a los que debe renunciar por no tener permiso laboral en regla.

De momento, distrae la mente, e incluso se siente querido, pero cuando recibe el dinero se enfrenta a la verdad. Se resigna porque "es lo que hay". Es todo por dinero. Tiene 27 años y sabe que en este negocio el atractivo merma después de los 30. Conoce los códigos de ese mundo al pie de la letra.

Su caso es el mismo que el de una cifra indeterminada de mujeres que con trabajo fijo, pero carcomidas por la insatisfacción, se entregan por dinero, y a quienes en el lenguaje coloquial se les conoce como ‘prepagos'.

La doctora Juana Herrera está convencida de que la pérdida de valores, el consumismo, y la constante invitación al sexo en los medios de comunicación e Internet, son factores que se entremezclan y dan como resultado este tipo de conductas sexuales aberrantes.

Por momentos, Javier habla de su vida paralela con una naturalidad asombrosa. Relata que con el tiempo se logra hacer de una clientela que lo contrata con regularidad.

-"La gran mayoría de mis clientes hombres tiene la vida hecha, son casados, con hijos, de todo estrato social". Está acostumbrado a complacer a médicos, ingenieros, abogados, diplomáticos, o empresarios adinerados, turistas, o gente que lo busca para descargar sus problemas... La lista es larga, todos son mayores de 35 años. En ocasiones llaman mujeres pero es muy raro. Si ha tenido relaciones con 20 mujeres a lo largo de toda su vida profesional, es mucho, confiesa.

La experiencia le dice que, en Panamá, la mitad de su clientela son hombres que no han salido del closet. "Los noto frustrados porque no han salido del closet, los que no son así la mayoría llama para tener sexo y evitar sacar a su pareja al cine o a comer algo, lo último les sale más caro", narra.

Para la opinión experta de la doctora Herrera, quienes tienen una fachada pública que no concuerda con su estilo de vida, son homosexuales. Pero eso no significa que no lleguen a amar a sus hijos o incluso a su pareja heterosexual, aunque tienen una preferencia que se inclina más al lado masculino.El reto social más que todo, es que cada individuo se acepte como es, añade Herrera.

El anhelo de Javier era ahorrar unos dólares para migrar al norte. En su primer intento solo logró pisar suelo ‘tico' pero volvió al istmo. Mientras consigue un carnet que le permite trabajar temporalmente en el país, seguirá soñando de cama en cama.

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