El estremecedor relato de Morán Yanai, secuestrada por Hamás


Morán Yanai.


‘Terrorífico’, dice, es un término ‘respetable’ para calificar lo que vivió. Morán Yanai, de 40 años que permaneció secuestrada 54 días en Gaza por la organización terrorista Hamás. Su relato revela detalles sobre las condiciones en que ella, y todavía un centenar de personas, jóvenes, adultos mayores, mujeres y niños, aún se encuentran en manos de Hamás. 

Vigilada 24/7, esperaba horas para ir al baño, tenía prohibido hablar, incluso pensar, llorar, mirar a nada, ni a nadie.



Morán, de 40 años, permaneció secuestrada 54 días en Gaza por la organización terrorista Hamás.


Morán se encontraba en el festival Nova aquél fatídico 7 de octubre de 2023. El sitio que concentró a músicos, cantantes y jóvenes amantes de la música electrónica. Ubicado a pocos kilómetros de la franja de Gaza, la noche estuvo dominada por música y alegría, hasta las 6:25 de la mañana, cuando se volvió un infierno.

En el festival Nova 360 jóvenes fueron asesinados a sangre fría, golpeados o quemados hasta la muerte y otros 40 fueron secuestrados, entre ellos Yanai, de 40 años, diseñadora de joyas oriunda de Beher Sheva. 



En el festival Nova 360 jóvenes fueron asesinados a sangre fría, golpeados o quemados hasta la muerte.


ESTE ES SU RELATO:

Mi imagen inicial cuando empezó el ataque fue un resplandor inmenso y dos misiles que se elevaban. Eso me alertó de que algo estaba pasando. Aún había música en el festival, algunas personas seguían bailando, pero después de unos minutos pararon la música y empezaron a gritar que estaban atacando con misiles y que debíamos escondernos.



Estuvimos escondidas por una hora, pero aún sin entender qué pasaba a nuestro alrededor.


Decidí esconderme debajo de la mesa de la tienda que alquilamos para vender nuestra mercancía. Pero luego el cuidador del festival nos dijo, a mí y mi amiga, que había que evacuar el lugar porque no cesaban los cohetes. Estuvimos escondidas por una hora, pero aún sin entender qué pasaba a nuestro alrededor.



Yo fui soldado, reconozco la artillería de Israel, y esto no sonaba como la de nosotros.


En la calle 232 que conducía al festival ya habían matado a quienes buscaron refugio en sus coches. Al principio escuchaba detonaciones a lo lejos, pero poco a poco ese estruendo se acercaba, 200 metros, 100 metros de donde estábamos, hasta que pude escuchar el silbido de las balas rozándonos. Aún así la gente no estaba anuente a lo que pasaba. Ante el escenario surrealista pensé que todo era producto de mi imaginación, que no pasaba nada, que el ruido era producto de una explosión en el escenario o algo del festival.

Yo fui soldado, reconozco la artillería de Israel, y esto no sonaba como la de nosotros. Eventualmente vimos una bola humana que venía de la calle 232, conocida por las imágenes de los noticieros que registraron después docenas de autos quemados con sus ocupantes asesinados, cuerpos regados en el pavimento, y otros que huían de los terroristas. Los atacantes estaban disparando a mansalva a la gente, así que algunos decidieron abandonar sus coches y correr para buscar meterse entre los árboles. Los terroristas pasaban y les disparaban. Estábamos cercados.

Yo traté de esconderme pero en un momento me vi rodeada de varios terroristas. Intenté zafarme en un par de ocasiones, fue cuando me rompí la pierna. Al final ellos me jalaron y me metieron a la fuerza en un carro. Entramos a Gaza y me presentaron como si fuera un trofeo para los terroristas. En el coche se sentaron tres en el asiento de adelante, cuatro en el de atrás y en la cajuela otros tres. Yo era la única mujer sentada entre ellos.



Yo traté de esconderme pero en un momento me vi rodeada de varios terroristas. Intenté zafarme en un par de ocasiones, fue cuando me rompí la pierna.


Cuando entramos a Gaza fue horrible. Era como una especie de toro en una arena. Inventaron una historia de mí, dijeron que yo era una persona importante. Me empezaron a pegar dentro del carro, la puerta estaba abierta, la muchedumbre se acercó a pegarme. De repente alguien me jaló y me llevó a un hospital y me pusieron un yeso en la pierna. En realidad necesitaba una cirugía. En todo caso, yo lo sentí como si me hubieran ‘salvado’ porque me extrajeron de los golpes.

El dolor de la fractura dejó de ser importante cuando realicé que estaba rodeada de trece hombres que se peleaban entre ellos para observarme. Vino un supuesto doctor que me habló en hebreo y le dije que me salvara, que él era un médico y debía salvar vidas. Él me miró y sonrió cínico, no dijo nada.


Desde el principio hasta el final siempre estuve rodeada de terroristas de Hamás, no vi familias o ciudadanos de Gaza.


Como soldado recibes muy buen entrenamiento pero no te enseñan qué hacer en casos como éste. Luego me llevaron a una casa. Desde el principio hasta el final siempre estuve rodeada de terroristas de Hamás, no vi familias o ciudadanos de Gaza. Me movían a varias casas y en cada una sólo había terroristas. En algunos lugares dormían conmigo y otra joven de 18 años que también la secuestraron. Nos encerraban en un cuarto y tenías que esperar a que te abrieran la puerta para poder ir al baño, cuando ellos quisieran.

No sabía quién era la chica. Nos prohibían hablar entre nosotras. Eventualmente me enteré que venía de un kibutz y que no sabía qué había pasado con su familia. Después se enteró que su papa y su tía habían sido asesinados, al igual que siete de sus amigas.

Mientras estuvimos juntas estaba prohibido mirarnos una a la otra, o llorar. Ni siquiera podíamos pensar. A veces me veían como mirando a un lado, pensativa, el terrorista me preguntaba: "¿Estas pensando?, no, no puedes pensar." Yo les decía que miraba a la pared. Traté de seguirles el juego. No podías tomar nada, ni comer, ni pensar, hablar, o mirar a nada ni nadie.

Me decían que nadie estaba buscándome, que nadie me iba a rescatar. Decían que no le interesaba a mi país porque ellos trataron de devolverme, y no quisieron. Todos los días nos repetían eso, sin parar. Hubo dos señoras mayores que fueron liberadas al principio, Israel lo celebró, pero ellos nos dijeron que Israel no las quiso aceptar, así que se iban a morir en Gaza. Todo  era mentira, ya estaban a salvo. Yo sabía que eso no era verdad.

Cada día nos preguntaban dónde estaba nuestro ejército, quién nos protegía. Querían que repitiéramos constantemente que Hamás nos trataba bien, que nos estaban cuidando, que nos daban medicina y comida. Eso era lo que teníamos que decir y creer todos los días, aunque no fuera cierto. Me tomaron cuatro vídeos como prueba de vida, pero nunca supe si lo mandaron a mi familia porque ellos nunca los vieron.

Después llegó otro secuestrado, un joven de más de treinta años, pero no podíamos hablar entre nosotros, ni siquiera para enviar un mensaje a la familia. Cuando ellos fueron liberados, me dijeron: “Ahora no, no vas a salir tu”. En cada momento temí ser violada, o asesinada, pensaba que podía terminar ahorcada en medio de la ciudad. Terrible, es una palabra respetable para describir lo que vivimos. Yo tengo 40 años, no quiero imaginar lo que pueden estar viviendo las personas mayores, las madres con sus hijos pequeños que están secuestrados, las jóvenes de 20 años, los bebés. Creo que ellos están en los túneles.

Mi fe me salvó. Aunque parezca contradictorio, cada mañana agradecía que estaba viva. A pesar de que el ejército israelí nos estaba buscando, los terroristas nos ponían en una situación en la que era mejor que no nos encontraran. Yo estaba siempre a lado de la puerta y hubiera sido la primera en recibir las balas. No es fácil entender la situación. No sabíamos que el ejército había entrado en Gaza, solo escuchábamos los aviones de la fuerza israelí. Todo era un caos, estaba todo destruido. Pensaba que mi país estaba ardiendo. Es lo que nos decían, que no teníamos un país a donde regresar. Y que aunque regresemos, nos iban a mandar un misil a nuestra a nuestra casa. Constantemente jugaban con mi mente.

Por dos meses no me bañé. Usé la misma ropa interior. Con la poca agua que nos daban no sabía si lavarme la cara o los dientes. Nos daba una ración de arroz al día. Y si acaso dos raciones, teníamos que compartirla entre tres. Yo soy delgada, mientras estuve secuestrada perdí más de ocho kilos. La Cruz Roja nunca vino a atestiguar nuestras condiciones.

El día de mi liberación es muy difícil de describir. Hasta ese momento siempre tuve el temor de que me dijeran: hoy no. Me lo hicieron cuatro veces. Ese día éramos nueve israelíes. Nos juntaron 24 horas antes. Debías decir que todo estaba perfecto, de lo contrario te podían matar. El último día te hacen sentir como si ellos no fueran terroristas. Nos dieron mucha comida, mucha. Nos hicieron tres vídeos y nos obligaron a decir lo bien que nos trataron, que todo estaba muy bien. Si me quedaba en Gaza seguramente hubiera perdido mi pierna, ya estaba negra cuando me quitaron el yeso.

A media noche nos llevaron a un carro. Nos habían dicho que íbamos a ser liberados, pero hasta el momento en que cruzas la frontera no puedes decir que eres libre. Todo puede pasar. Vimos el jeep de la Cruz Roja, pero la muchedumbre empezó a gritar Allah Akbar, esa frase no es buen síntoma porque piensas que va a pasar cualquier cosa.

Dejar Gaza para mi fue un sentimiento de gratitud, porque gané, sobreviví.  Soy un milagro. Quiero que los que se quedaron puedan salir libres también. Dos de mis amigas fueron asesinadas en Gaza dos semanas después de mi liberación.

La comunidad internacional debe entender que yo no escogí salir de mi casa y ser secuestrada. Hamás escoge el odio, que el pueblo judío no debe vivir. Pero también agreden a otras nacionalidades, no creen en nada, más que en ellos.

El ataque del 7 de octubre perpetrado por Hamás dejó un saldo de 1,200 muertos y más de 2 mil heridos. Como respuesta el ejército israelí declaró la guerra a Hamás e inició bombardeos e incursiones en Gaza que según el grupo terrorista han dejado 29 mil muertes. 

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