Los controles en el aeropuerto han dificultado las actividades ilícitas; sin embargo, la falta de equipo, capacitación del personal y la corrupción impiden una operación 100% segura, dejando espacio al delito
Cuando Janeth Napolitano, secretaria de Homeland Security (Departamento de Seguridad Nacional) de Estados Unidos, visitó Panamá en febrero de 2012, una de sus principales misiones era hacer del Aeropuerto Internacional de Tocumen un lugar seguro para los viajeros y el transporte de carga.
La funcionaria fue recibida por su homólogo, José Raúl Mulino, entonces ministro de Seguridad, y ambos visionaron varios programas para ese fin.
El aeropuerto internacional tenía grandes debilidades. La zona de carga era un hueco sin filtro de toda clase de truhanerías. “No había seguridad ni cámaras y los componentes de una bomba o de cualquier explosivo pueden pasar sin problema. En aquel momento, ni siquiera había una cerca perimetral que delimitara la zona, tomó un montón de tiempo instalarla y mucha resistencia”, rememora el exministro Mulino.
Él mismo se sorprendió cuando, en aquella época, un empresario muy serio dedicado al negocio de los medicamentos lo llamó para darle la alerta del riesgo que corría el aeropuerto por el libertinaje con el que transitaba la carga y el uso que el crimen organizado podría dar a estas sustancias al ser combinadas por un experto.
TRÁFICO ILÍCITO
Dentro del aeropuerto, en la zona de dutty free o tiendas libres de impuestos, se habían detectado otros asuntos sensitivos. Se destapó que los carnés o credenciales que portaban los empleados de esta zona se alquilaban a extraños, ajenos al negocio, con el fin de ingresar al aeropuerto para entregar a ciertos pasajeros pasaportes falsos para que, al llegar a su destino, evitaran ser identificados por las autoridades migratorias.
No era el único asunto por resolver. Una red de aeromozas dedicadas a transportar efectivo y droga entraban y salían del aeropuerto sin pasar por los controles aduaneros que el pasajero común utiliza; el escáner, revisión manual, etc.
En una ocasión, cita una fuente muy vinculada al tema de seguridad, que vivió estas anonálias pero prefirió mantenerse en el anonimato, “por casualidad a un inspector se le ocurrió revisar a una sobrecargo. Al abrir la maleta, le contaron $500 mil en efectivo. Una segunda aeromoza logró esquivar el control y huyó. Las rutas preferidas de esta red eran las de México, Guatemala y Colombia. A partir de ese incidente, se exigió el paso de los sobrecargos y de los diplomáticos —aunque estos úlitmos cuentan con inmunidad— por los controles comunes”.
Esta persona narra cómo los “diplomáticos asiáticos que viajaban con cierta regularidad en su transito por Panamá, provenientes de Brasil hacia Cuba, venían con oro y plata y a la vuelta regresaban con ron y tabaco”.
Otra mafia que detectaron las autoridades, añade la fuente, “estaba integrada por maleteros y quienes alimentan de carga la barriga de los aviones. Entre ellos tienen radios y se comunican en clave, se comunicaban entré sí para seleccionar la carga que subía y la que no subía al avión, el último que cerraba la puerta de la panza solía ser el capo. Otras aerolíneas hacían contrabando de chinos e indostanes en complicidad con altos funcionarios de migración”, dice.
Este último tema era una de las constantes quejas de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI, siglas en inglés), que bajó la calificación de Panamá en la auditoría efectuada este año por ser uno de los países de la región que peor puntaje obtuvo en operaciones, licencias, servicios de aeronavegación, organización, operaciones, entre otros.
El próximo año se espera una nueva auditoría de estas entidades.
La mezcla de pasajeros en la terminal es una debilidad de nuestro aeropuerto, según califican las organizaciones internacionales de aeronáutica civil.
En este aspecto se han escuchado quejas de EEUU, por eso es que cada vez que sale un vuelo con destino a ese país, los pasajeros son sometidos a un control adicional en la sala de abordaje.
“El hub de Panamá no solo servía para mover pasajeros, sino también maleantes”, apunta el exministro Mulino.
Estas situaciones motivaron al Ministerio de Seguridad y al Consejo de Seguridad a replantearse la estrategia en seguridad.
CONTROLES
El primer programa que se implementó fue la información de viajero anticipada (API). Este es un sistema informático que permitía a Panamá y EEUU conocer desde el momento de la reserva del boleto, quién viajaría y a qué destino. La implementación del programa tomó seis meses, se adquirió por un valor aproximado de $5 millones y requirió entrenar al personal a cargo de su monitoreo. La información se compartía entre ambos países y además personal panameño se capacitó por EEUU para identificar los perfiles sospechosos de viajeros, además de reforzar el área de las tiendas libres de impuestos.
Gracias a este programa se detectaba a diario más de una docena de personas con alertas.
Más adelante se instaló el sistema biométrico que captura las huellas digitales del viajero y las relaciona a la identidad del mismo.
Luego, explica Mulino, se incorporó el reconocimiento facial capaz de identificar a cualquier individuo por sus rasgos faciales, especialmente el hueso frontal de la cara, que delata a cualquiera, a pesar de las cirugías plásticas que pretendieran ocultarlo.
El sistema impresionó positivamente a los norteamericanos, quienes de inmediato ofrecieron capacitación pertinente al personal.
En aquel momento, se instalaron 80 cámaras en todo el aeropuerto que toman miles de fotos de todo el que transita. Posteriormente, se modernizó con la capacidad de reconocer al individuo de perfil, no necesariamente de frente.
Mulino recuerda que un sábado por la tarde, cuando Eduard Snowden, un exagente de la CIA, pretendía asilarse en Ecuador, recibió una llamada del embajador de EEUU en Panamá, Jonathan Farrar.
El diplomático le pidió que autorizara subir el perfil de Snowden al face first, como se le conoce al sistema, ya que el requerido forzosamente debía pasar por Panamá para llegar a Ecuador. “Yo lo autoricé”, confiesa.
La segunda fase, la carga segura o safe cargo, no se logró implementar.
Después de varias giras a EEUU para conocer el funcionamiento del sistema en los aeropuertos de mayor tránsito de esa nación, el exministro solicitó a los norteamericanos elaborar un programa que se ajuste al concepto de trasbordo de carga del país, tomando en cuenta la posición geográfica y estratégica de Panamá.
“En junio de 2014, dejé firmado el convenio con el FBI para instalar el safe cargo, pero no sé en qué quedó con el nuevo gobierno”, dijo.
El seguimiento de éste último programa parece ser un laberinto.
Rodolfo Aguilera, ministro que recibió el despacho de Seguridad, no supo ofrecer detalles. No lo recordaba, dijo. Aguilera dejó el despacho en mayo pasado, y se ha desligado de la actividad en el ministerio. “No puedo darte una opinión actualizada al respecto. Existen varios acuerdos vigentes entre ambos gobiernos (Panamá y EEUU) en materia de control del delito y seguridad nacional”, indicó Aguilera.
Los controles dentro del aeropuerto se han reforzado significativamente, pero no dejan de ser porosos. En julio pasado, la Fiscalía de Drogas decomisó 342 paquetes de cocaína que se hallaron en el área de carga. 2015, encontraron en el área de carga hacia la terminal, un paquete con más de 50 kilos que esperaba ser recogido por “alguien” que nunca llegó.
“Los traficantes introducen la mercancía para tener un caleto adentro, o un lugar cerca de la terminal y luego ingresarla. Cuando tienen todo coordinado, con respecto al personal que atenderá los controles, aprovechan para meter la mercancía”, explicó una fuente relacionada al tema aeronáutico.
La fuente agregó que “el cartel colombiano Los Rastrojos, cuyos principales cabecillas fueron capturados en 2012, tenía presencia en el área de carga”.
Los inspectores de Aeronáutica Civil rondan la zona para tratar de evitar situaciones de ilegalidad. Pero estas “cosas generalmente ocurren de noche, o cuando llueve, cuando nadie sale de la oficina ellos se benefician. El crimen organizado sabe, observa y actúa. No es fácil, quien mete una droga puede meter otra cosa. Los terroristas y los narcos no leen manuales, ellos hacen su propia teoría y tienen toda la plata y el tiempo para hacerlo”, indicó la fuente relacionada a la aeronáutica civil.
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