Se presume inocente

Prevalecen serias dudas sobre la vinculación del detenido en el caso y las investigaciones. Denuncia negligencia judicial

Encerrado sin evidencia. Félix tiene más de dos meses preso, acusado de un crimen que, asevera, no cometió. Las autoridades lo incriminan en el asesinato del abogado Juan Ramón Messina. Félix sabe que es inocente, que no tiene nada que ver en el homicidio, lo que no sabe es por quién expía la culpa, se siente una ofrenda elegida al azar que hace de ‘chivo expiatorio’.

Una serie de acciones pretenden impedir que su verdad salga a la luz. Nadie la escucha, tal vez por temor a que la historia oficial cambie, señal inequívoca de la poca asimilación que existe en el rol de la justicia y la imposición de una sentencia automática.

Félix no solo está privado de libertad, también está preso por la falta de una defensa efectiva que debe proveerle el Órgano Judicial y de la cual desconfía por temor a que esté igual o peor contaminada que el sistema que lo mantiene en encierro; es prisionero de la pasividad de los abogados a los que ha solicitado ayuda pero que por cualquier razón no le atienden; es presidiario de la pobreza que le impide pagar a un abogado particular, y vive preso también de una justicia que, más que investigar los hechos, parece conspirar en su contra.

LA HISTORIA
En las calles del centro de la ciudad de Colón uno de los pocos placeres gratuitos de los que disfrutan sus habitantes son los atardeceres que caen sobre las aguas del atlántico. En el barrio, cuadriculado como pocos en el país, solo caminan por las veredas los que ahí habitan, la gente vive del día a día, se rebuscan con trabajos lícitos o de otra índole porque por sus callejones se consigue de todo: droga de cualquier tipo o una pistola si se tiene un buen contacto.

En las escaleras de uno de aquellos caserones apiñados en Calle 7 estaba sentado Félix Córdoba con el celular de su cuñado en la mano. Alimentado por los chats de su novia, no quiso ni siquiera entrar a la casa a cenar cuando la hermana le ofreció comida, así que ella optó por servirse un poco de arroz y se sentó a ver la novela. Un conocido del barrio invitó a Félix a fumar, pero él prefirió las frases de amor de su pareja que estaba en la capital. En ese momento nada le ganaba al aparato capaz de hacerlo sentir cerca de su amada. Finalmente, el amigo decidió ir solo a comprar el vicio, Félix se quedó en las escaleras con el celular.

Unos minutos más tarde Félix alcanzó a escuchar el chillido de una bala en su oreja, sintió que algo le quemaba el cachete y después un ardor en el pecho que le salía por la espalda. Su primer instinto fue correr hacia atrás del caserón para huir de la posible balacera que se desataría en el barrio; corrió hasta quedar sin aliento y en una pausa se dio cuenta de que su camisa estaba ensangrentada. No se había percatado de que quien había recibido el tiro era él mismo. La sangre le brotaba.

Nadie vio de dónde salió la bala ni quién disparó, eran las once de una noche oscura. Félix sabe, por sus heridas, el trayecto del proyectil: vino de arriba hacia abajo. Fue un solo tiro, le rozó el cachete y parte del labio; entró por el pecho, salió por la espalda a la altura del pulmón y todavía tuvo fuerza para rozarle el codo y dejar la marca. Félix levantó la mirada como buscando al autor del asunto, pero no vio a nadie. En eso pasó un taxi y la pasajera, que también parqueaba en el barrio, lo reconoció. El muchacho que se había ido a fumar volvió de repente y entre todos lo llevaron al Hospital Manuel Amador Guerrero, a unas cuadras de donde había recibido el impacto.

Félix había llegado a Colón un 20 de septiembre para quedarse en casa de su hermana. A sus veinte años ya había probado el sabor de la cana por un robo por el cual saldó cuentas con la justicia por más de un año y medio cuando era parte de una pandilla del sector.

Desde entonces quiso dejar atrás los pasos desorientados y entró al sendero del Señor. Por eso decidió alejarse del entorno conflictivo del barrio de donde es oriundo y cambiar de suerte en Colón, donde vive su hermana con su esposo y la mamá de su cuñado.

EL COMPLOT
A los seis días de haber llegado a la costa atlántica Félix recibió el balazo. En el hospital, al poco tiempo de haber recibido atención médica, como en todo caso que huele a crimen, se acercaron dos unidades de la Dirección de Investigación Judicial; el teniente Alcibiades Cerrud y el sargento Magallón. Félix pensó que venían en su auxilio para averiguar sobre el incidente, pero para su sorpresa los uniformados le tenían una novedad abstracta: ‘Por tu cabeza pagan ochenta mil dólares’, le dijo uno de ellos.

A Félix no le quedó claro por qué le habrían disparado, pensó que se trataba de una equivocación. Sin embargo, los guardias le decían en forma convincente que lo había mandado a matar una persona llamada Viteri que pagaba por su vida ‘para que supuestamente no sapiara, no dijera nada’.

Hay más. A los pocos días los guardias de la DIJ lo enteraban de que ya no eran ochenta mil sino cien mil dólares los que supuestamente Viteri, el compadre del difunto Messina, estaba dispuesto a pagar por su muerte.

El precio de su cabeza parecía cotizarse al ritmo de la mejor acción de la bolsa de Nueva York. A solo días de estar recluido en el hospital, según los uniformados, un número de mafiosos ya le tenía un valor de 140 mil dólares más cuatro armas de fuego. Félix pasó de ser un hombre común, corriente y desconocido a convertirse en el negocio más jugoso de los sicarios; su cabeza era equivalente a la de los grandes barones de la droga que no pueden estar solos y contratan un escuadrón de maleantes para que les cuiden la sombra. Lo más irónico del caso, si se toma en cuenta la cantidad de dinero que se ofertaba la vida de Félix, es que a quien se había encomendado la tarea de cobrar la cuantiosa suma no lo hizo aun cuando Félix estaba distraído con el celular.

El joven estaba aturdido de tantas preguntas de la policía, no entendía nada, ‘en realidad no sabía nada ni sé nada, yo solo esperaba mi día de alta (del hospital) para irme a mi casa con mi familia’, escribió Félix en una carta donde relata la cadena de hechos que delatan el abuso de una fuerza policial incriminatoria y el estado de indefensión en que se encuentra.

Durante el tiempo que recibió atención médica en el hospital los guardias ‘afirmaban que mi mamá había dicho que yo iba a cooperar. . . y yo les decía que eso es mentira porque mi madre sabe que soy inocente’, afirma Félix en la misiva escrita a puño y letra, firmada con su nombre y cédula.

Con la herida recién operada, la DIJ trasladó a Félix a la estación de Ancón, en Panamá, donde asegura que otros integrantes de la institución lo querían golpear, azotar o matar para que hablara, pero que ‘por órdenes superiores’ no podían tocarlo; de lo contrario, ‘me pegaban con todo y mi operación’, denuncia Félix. Después lo trasladaron a un centro penitenciario desde donde ve pasar el tiempo esclavo de un sistema judicial que desde sus ojos se percibe retorcido.

Quienes atemorizaban antes ahora tienen miedo de que se sepa lo que hicieron. Parece víctima de un secuestro, nadie quiere explicar los fundamentos de su detención. Incluso sus ‘verdugos’, se refugian en el anonimato. Yamileth Argüelles, la madre de Félix, se cansó de preguntar por los nombres de funcionarios que en fiscalías y juzgados le han negado acceso al expediente donde se supone que acusan a su hijo.

LA INDEFENSIÓN
A Félix nunca le mostraron la orden de arresto o la resolución que ordenaba su detención preventiva dictada por un fiscal donde se explicaran los elementos que lo relacionaran al hecho y los cargos que se le imputaban; no le leyeron sus derechos ni le advirtieron por qué delito lo detenían. A Ernesto Núñez Gamboa, su abogado de oficio, no lo conoce, jamás lo ha visto en la cárcel.

El abogado tampoco atendió a la madre de Félix el día que le concedió la cita; en su lugar, su secretaria, Ana Elena Arcia, se negaba a contactarlo vía telefónica para que la madre, Yamileth, conociera la situación legal de su hijo. Yamileth solicitó una copia del expediente, pero en la oficina del abogado de oficio no la tenían, así que a ruegos pidió lo que por ley debe asistirle; que el abogado le firmara un documento donde la autorizaba a tener una copia del expediente que podría ser determinante para demostrar la inocencia de su hijo, que irónicamente es el mismo sumario donde deben estar las pruebas que existen en contra de Félix.

Del sueldo mínimo que gana, Yamileth debe sopesar si comprar la comida para sus otros hijos o asignarlo a las vueltas que debe dar por los despachos públicos para sacar a Félix de la cárcel.

La madre tiene que investigar por cuenta propia, porque la fiscalía, después de dos meses, le proporciona información a cuenta gotas. Ni siquiera la providencia que resume los supuestos indicios en su contra le permiten ver.

En la Fiscalía Segunda Superior se limitan a decirle que ‘el tema de las copias no se ha resuelto’, la marean, le dicen que hace falta el papel donde el abogado autoriza a la madre a recibirlas. Pero ella tiene una copia firmada con acuso de recibo por los mismos funcionarios de la Fiscalía que ahora dicen que hace falta el documento.

Las autoridades tampoco han iniciado una investigación de oficio para determinar quién hirió a su hijo. A Félix le dieron un disparo que casi lo mata, lo culpan de un homicidio que asegura no cometió, le privaron de su libertad, y nunca recibió atención post operatoria.

EL DÍA DEL ASESINATO
Aquel lunes 23 de septiembre, día en que mataron al abogado Juan Ramón Messina, Félix amaneció ‘malo’ producto de una fiesta famosa que le dicen ‘Tai-Tai’ la noche del sábado que se organizó detrás del caserón de su hermana en un sitio muy popular de la cuadra llamado patio limoso. El domingo, Félix asegura que estuvo en la playa con los niños del barrio, y al día siguiente, lunes, se despertó tarde y con diarrea. Por eso no salió de casa todo el día y se quedó mirando novelas con la hermana. A las dos de la tarde, su mamá Yamilteh llamó por segunda vez a su hija Josephine para preguntar cómo seguía Félix.

De pronto la novela se interrumpió para anunciar una última hora en la que se reportaba la muerte del abogado Messina. Hija y madre se enteraban la mismo tiempo del hecho. Enseguida pidió hablar con su hijo: ‘mamá estoy con una diarrea que estoy malo’, le dijo Félix.

Todos miraban la misma pantalla sin imaginar que a ochenta kilómetros de distancia Félix pasaría a ser un protagonista del crimen, sin ser parte de él. En el momento del asesinato, Félix se encontraba en casa de su cuñado en Colón, con su hermana y el baby. Afuera estaba la suegra y los vecinos del barrio.

‘Yo estaba viendo la novela en la casa con él’, me dice la hermana atestiguando la ubicación de Félix. Pero en un instante le cambió la vida; pasó de ser un hombre enfermo a un presunto homicida en un caso de alto perfil, con una herida anónima casi mortal que el Ministerio Público debiera, pero aún no ha investigado de oficio.

Los guardias del hospital que supuestamente se encontraban para resguardar su vida por las amenazas de Viteri ahora lo señalaban como el autor material del asesinato de Messina, ‘con quién fui, quién me pagó’, ‘quién me contrató’, a lo que no tenía nada que responder porque ‘no tenía ningún conocimiento de ninguna porque soy inocente’, afirmó. Finalmente lo detuvieron acusado de haber matado al abogado Messina. Una muestra del trabajo de inteligencia e investigación que son capaces de lograr los oficiales de la Dirección de Investigación Judicia l.

EL CRIMEN
El día del homicidio de Messina (23 de septiembre) los testigos presenciales describieron los rasgos físicos de los gatilleros, eran tres: llevaban gorra, no eran menores, dijo uno de los testigos con voz muy segura, más bien en sus veinte. Otro declarante manifestó que quien apuntó con la pistola a Messina pero sin disparar vestía suéter negro, pero quien jaló el gatillo vestía suéter blanco. Un solo tiro en la cabeza mató a Messina. A los testigos no les costó describir la escena, tenían los recuerdos frescos, coincidían en que los atacantes tenían cabello lacio negro, facciones mestizas, uno con nariz perfilada, contextura delgada, no hablaron pero tampoco les importó que los presentes vieran sus rostros, estaban claros en el blanco a abatir, solo Messina perdió la vida, nadie más salió herido, nadie más murió a pesar de que a la hora de la comida no faltan comensales. Se trató de una operación quirúrgica, sin daños colaterales.

Paradójicamente la descripción física de los sicarios contrasta con la anatomía de Félix, que tiene nariz ancha, cabello corto rizado, labios gruesos y tez morena. Ninguno de los testigos presenciales que rindieron declaración en la fiscalía reconoció a Félix como autor del crimen en rueda de detenidos, solo Katy Ramos, la viuda de Messina, solicitó una nueva verificación en carpeta (en foto) y lo identificó. Su secretaria hizo lo mismo. Las autoridades se valen del testimonio de un ‘testigo protegido’ que hizo una llamada anónima al Teniente de turno para informarle que el muchacho que estaba hospitalizado, o sea Félix, era quien había matado a Messina. Cualquier estudiante de derecho sabe que una llamada anónima no tiene valor probatorio ni tampoco forma parte de una declaración de un testigo protegido.

El Ministerio Público afirma que cuenta con un video de los hechos que supuestamente alguien tomó con un celular, pero lo mantiene en reserva, escondido, no lo difunde como en otros casos cuando se publica el retrato hablado, la foto o video de los sospechosos para que la ciudadanía identifique los rostros. Todo esto a pesar de que se trata de un caso de alto perfil. Un caso en el que el presidente de la República advirtió en televisión que pronto se sabría ‘quién es la que esta metida en esto’; todo esto a pesar de que la procuradora Ana Belfon manifestó que solicitaría la intervención del FBI para esclarecer las nubladas imágenes del video, pero que la embajada de Estados Unidos en Panamá no ha confirmado dicha solicitud, más bien refiere a las autoridades panameñas.

El crimen de Messina impactó a la clase política, y ocupó los titulares de los medios por varios días consecutivos. A los seis días del asesinato las autoridades manifestaron que habían capturado a un sospechoso. Nunca se llegó a comprobar si pertenecía o no a un grupo delincuencial que pudiera vincularlo con el crimen. ¿Por qué sigue preso Félix?

¿Quién solicitó su orden de captura y con qué sustento? ¿Cómo se relaciona este muchacho con la muerte de Juan Ramón Messina?

Los hechos que vinculan a Félix con el asesinato siguen siendo un misterio, pero él insiste en que está ‘clarito’ en que no cargará en prisión un muerto que no le corresponde.

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