Tras las huellas de los jóvenes invisibles

Murallas de prejuicios, estigmas y distorsiones sociales los encierran. Prostitución y pandillerismo se presentan como su único destino. La verdadera guerra en los barrios

EFECTO
Los "ninis" son el resultado de la abrupta caída de las tasas de inserción laboral juvenil frente a los demás grupos de la sociedad.

Entre los muros invisibles de El Chorrillo, donde es casi imposible caminar más de dos cuadras a salvo, vive Carlos Smith, un joven menor de edad absorbido por su entorno y el estigma del barrio. Su amigo acaba de morir de un balazo en la espalda por cruzar la raya, la guerra entre pandillas no escucha razón, solo dispara. Una vez culmine nuestra conversación saldrá al hospital acompañado del pastor Boris Valdés, de la Iglesia Casa de Dios de calle 19, para reconocer el cuerpo.

Como no acabó sus estudios ni trabaja, forma parte de esa porción de la población que en el 2008 un informe del MIDES/ONU identificó como ‘candidatos número uno para incursionar en bandas y cometer cualquier tipo de delitos’. Con él dieron en el clavo.

Cuando nació Carlos su madre era una adolescente, con su padre tiene poca o ninguna relación, está prácticamente ausente en su vida, y aunque en la conversación que tuvimos con él y otros jóvenes más, Carlos no quiso definir qué es lo que no le gusta de su madre, fue razón suficiente para abandonar el colegio y, según él, tomar las riendas de la casa.

-¿Cómo le explico...? -dice con la mirada hacia abajo- ...por ahí comencé robando y ya quedé en el problema y quedé haciendo cosas malas.

Esas cosas malas no hace falta explicarlas, es un pandillero que vendía sus puñitos de cocaína y se enfundaba una 9 mm en la cintura. Tiene 17 años. Como todo drama, la muerte de su amigo lo escarmentó y decidió que eso ya no es lo suyo.

Su hermana de 12 años asiste a la escuela, pero su hermanito de 11 desertó. Carlos no hace nada todo el día, se levanta a las 12 medio día, se baña y ‘se la pasa por ahí’.

UNA POBLACIÓN INVISIBLE
Por ahí también se la pasan otros 203,180 jóvenes entre 15 y 29 años que ni trabajan ni estudian. Son los famosos ninis, imperceptibles. Resuelven su vida con trabajos temporales o camarones, otros se han sumado a la delincuencia y todos se han quedado excluidos o en la periferia del desarrollo social y económico del país.

Están latentes, solo que nadie, insisto, nadie se ocupa de ellos. Son invisibles.

Estos jóvenes pasan desapercibidos en la realidad nacional. Nadie conoce su paradero, no hay registro de sus actividades a menos que tengan un problema con la autoridad.

Desde hace dos años, el consultor René Quevedo ha estado observando el fenómeno de los ninis, ‘es una población importante, es el reto o amenaza más importante que tiene la estabilidad social y económica del país sin que me quede absolutamente ninguna duda’.

Los ninis son el resultado del ‘efecto tijera, que se resume en la caída abrupta de las tasas de inserción laboral del empleo juvenil frente al resto de la población’, dice Quevedo, que guarda más números en su cabeza que cualquier almanaque.

Conoce al dedillo y mediante sus escritos alerta del gran problema social que enfrentaremos en los próximos años por ignorar ahora el preocupante proceso de alienación de jóvenes en el mercado laboral justo cuando atravesamos una de las mejores bonanzas económicas.

Los jóvenes pueden tener empleos temporales en los que permanecen de 3 a 7 meses, pero su inestabilidad y la forma en que les cuesta lidiar con contratiempos los desanima y vuelven a justificar su propia situación, comenta Quevedo. Cuesta romper con ese círculo de baja autoestima que les ayude a salir adelante.

A pesar de los programas vocacionales, de capacitación, promoción laboral y emprendimiento, existe un agudo déficit de mano de obra: sólo 36,885 (14%) de estos nuevos puestos de trabajo creados en los últimos cinco años ha beneficiado a panameños menores de 30 años, dice Quevedo de memoria, basado en cifras de la Contraloría.

Los jóvenes no logran mantener sus trabajos, no son sostenibles. Además, el 73% de los empleos fue a gente que tenía 11 o más años de escolaridad, de ellos el 49% contaba con educación universitaria. Las probabilidades para un muchacho sin educación son remotas.

FENÓMENO EN CRECIMIENTO
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) emitió un informe sobre los 22 millones de jóvenes en América Latina que son ninis, ‘es un despilfarro de energía creativa, y un obstáculo para competir con éxito en la globalización, pues las repercusiones sobre este importante grupo poblacional, sobre el que deberían descansar las opciones de futuro, pueden ser devastadoras tanto psicológica como socialmente’.

Cada uno de los jóvenes con los que platicamos habló de su experiencia. Uno de ellos desertó del colegio porque un compañero le apuntó con un arma en la escuela. Otro no podía ir a la media porque quedaba lejos de su casa. Todos tienen 17 años y ninguno culminó la premedia. Tres eran pandilleros, incluyendo a Carlos, dos no.

Michael Bliss nunca ha tocado un arma, no consume ni vende droga. En un medio tan hostil donde se cuentan por cientos los pandilleros, el caso de Michael podría tratarse de un milagro. Vive con su mamá y su papá y tiene cinco hermanos.

Por ahora trabaja temporalmente en un programa de la Alcaldía donde pinta los edificios del barrio. A cambio le pagan $125 en vales que intercambia por comida y ropa. Su condición, aunque es más favorable que la del resto, no lo exime del riesgo, ni siquiera pudo salir a la acera para fotografiarlo, evitaba que lo vieran fuera de su zona.

Tiene mucha suerte de conocer a la pastora Dalia Vivero, de la Iglesia Ciudad Alabanza, quien al igual que el pastor Boris, dan segui miento a estos muchachos cuando por voluntad propia deciden cambiar de vida o para evitar que los ‘chupen’ las pandillas.

En conjunto con la empresa privada, porque con el gobierno es una burocracia inmensa, relata la pastora, se han hecho de un local donde pueden atender a estos muchachos y a madres adolescentes.

La única forma en que se hace visible esta población es cuando tienen algún problema con la ley. Es así como la Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia (Senniaf), recoge y abre un expediente a quienes duermen en la subestación de Policía después del toque de queda. Sobre todo se llama a la responsabilidad de los padres de familia para que el muchacho pueda regresar a la escuela, afirma la directora de la Senniaf, Gloria Lozano.

Pero qué hay de los ninis que no están en edad escolar, o que no son detectados por la Policía, ¿quién se ocupa de ellos? La verdad es que nadie.

‘Si no tenemos una forma de entrar en contacto con ellos, si el chico está en un seno familiar y ayuda en un seno informal de familia, nosotros no conocemos de esa situación porque no hay nada que le permita o que le exija a él estar en contacto con una autoridad para conocer de su existencia’, explicó Lozano.

Es que no hay acceso a ellos porque son caras anónimas, por tanto, Lozano se siente impotente ante semejante asunto. Aun así, es consciente al reconocer que existe un vacío que no ha podido abarcar la casi recién creada institución. Y aunque los esfuerzos se han concentrado en otras etapas de la vida del niño como el trabajo infantil que servirían para prevenir la aparición de nuevos ninis, los actuales siguen inflando la masa que en unos años se hará visible en el aumento de estadísticas delictivas e ín dices de desempleo.

Los números hablan de nuestra salud social: por cada tres varones menores de 30 años, uno delinquió, entró a una pandilla o a un centro penitenciario, detalla Quevedo.

De acuerdo con un informe del Ministerio de Seguridad, en el periodo 2007-2012 el número de pandilleros aumentó de 1,385 a 7,500, y la población penitenciaria creció un 60% en un sistema donde la reincidencia delictiva es de más del 70% en los menores de edad, y más del 65% de los privados de libertad no ha sido juzgado.

Quevedo me miró mientras conversábamos con los chicos de El Chorrillo y sin titubear afirmó: ‘El pandillerismo nos está dando una absoluta paliza’.

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