¿Escogencia de a dedo? La elección del Defensor del Pueblo mantuvo a los aspirantes engañados en el proceso de escogencia...

La figura de Defensor del Pueblo ha pasado por el mismo desgaste que muchas otras instituciones del Estado; carece de credibilidad. Casi desde su creación sus ocupantes han respondido en mayor porcentaje a intereses políticos que a los del pueblo. Esto se ha traducido en reacciones tardías, sumisas o ausentes ante reclamos genuinos de comunidades afectadas, por ejemplo, por instalaciones de Hidroeléctricas, poco acompañamiento a los familiares frente al Estado en el esclareciemiento de sus víctimas desaparecidas, poca o nula presencia en momentos críticos donde han surgido enfrentamientos cruentos entre autoridades y comunidades, etc.

Esto prácticamente se reduce a la forma de reaccionar frente a cualquier hecho lesivo de los derechos fundamentales, cualquiera que sea el productor del mismo, y en muchos casos se presentan esferas de inmunidad.

Estamos a punto de atestiguar una nueva escogencia. Da la impresión que los diputados carecen de motivación para escuchar a los aspirantes, o que ya les tiraron la línea y lo demás es formalismo. Es una pena que presenciemos este tipo de situaciones en temas tan delicados.

Lo irónico es que esta institución, en otros países, constituye un elemento indispensable para forjar y fortalecer las instituciones democráticas cubriendo así algunos de los vacíos existentes. Pero, en contraste se rumora la repartición de puestos como si se tratara de una agencia de empleo, o un negociado de votos, tal vez, lo que menos se tiene presente es qué diablos va a hacer esta persona cuando ocupe el cargo, pareciera pues lo último que se tiene presente es su responsabilidad, si es que se elige un puesto político.

Ahora bien, si los diputados nos conceden una elección en base a méritos, sensibilidad humana, cúmulo académico, y experiencia, entonces podremos devolver a la Defensoría el respeto que se merece, y no el que los políticos creen que se merece.

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